viernes, 9 de octubre de 2009

Orígenes de nuestra ciudad

Los orígenes de la ciudad de Niebla se remontan al Neolítico. Se cree que la gruta que fue encontrada en los Bermejales de Niebla, fue habitada por los clanes del hombre del Neolítico; existía allí una especie de taller comercial de objetos de piedra y alguna cerámica cocida al fuego. De este período también quedan vestigios como el Dolmen de la Lobita, al parecer construido por la raza Ligur que habitó el Coto de Doñana.

Sin embargo parece que la fundación de Niebla se debe a los Fenicios o los Turdetanos, que utilizaron la palabra “Ilipula” de su lengua de origen como nombre de la ciudad. Otros creen que la fundación de Niebla se debe a los celtíberos. Tras éstos, aparecen los cartagineses, siendo Niebla ya una ciudad estratégica y fortificada. Éstos construyeron un pequeño puerto para seguir el comercio de metales.

Los romanos, al mando de Publio Cornelio Escipión, tras varios intentos y numerosas batallas, consiguieron apoderarse de “Ilipula”. Tras ocuparla los Romanos, la reconstruyen y le permiten incluso acuñar moneda propia en la que aparece el nombre de la ciudad.

Si Niebla fue ciudad romana de gran importancia, en el período visigodo, Electa, alcanzó un alto prestigio religioso y militar, ya que pasó a ser una de las once sedes episcopales de la Bética, cuyo obispado se extendía sobre 300 leguas cuadradas, por lo que es presumible que su límite meridional fuera la desembocadura del Guadalquivir (Medina Sidonia) y que también lindara con Cortegana.

Los 544 años de período musulmán son los más interesantes de la historia de Niebla, pues durante ese tiempo fue una ciudad de prestigio, conocida como Lebla Al- Hamra por los geógrafos árabes. Niebla y su Cora (que se corresponde casi con el actual territorio del Condado) pasan por tres importantes etapas:

En el primer período, fue tomada por Muza en el año 713. Tras su marcha, Lebla se subleva hasta que es sometida de nuevo por Abril-Azis. Bajo la dominación de los Omniadas, la ciudad sufre asaltos y saqueos por parte de los normandos (845 y 859) y rebeliones de los antiguos habitantes (los mulatos) hasta el reinado de Almanzor. Al final del califato de los Omeya, se produce una fitna o desmembración del mismo y la dinastía de los Beni-Yahya se hace con el poder de la ciudad, convirtiéndose Yahsopi en rey taifa independiente en el año 1.019. El ejército de Niebla destaca como aliado de los reinos taifas de Mértola y Silves que, junto con el de Badajoz se enfrentan al de Sevilla por el dominio de Al-garb. Pero, finalmente, la ciudad acaba rindiéndose a Al-mutadid, dejando de ser independiente al ser absorbida por el reino de Sevilla en 1051. En los períodos de paz, Lebla y Sevilla corrieron parejas en el florecimiento de las artes, la agricultura y la cerámica. En estos años nacen, San Walabonso y su hermana María (mártires y patronos de Niebla).

En una segunda etapa, las constantes luchas internas entre emires, provocan la venida de ciertas tribus del Sahara, conocidas como los almorávides. En 1091, éstos dominan todo Al-andalus y Lebla deja de depender de Al-Mutadid de Sevilla. La ciudad alcanza un alto grado de desarrollo, en el que, gracias a la tolerancia islámica, se mantiene un buen grupo de cristianos que conservan su fe y sus costumbres y las iglesias con sus obispos y cultos. La ciudad florece y llega a tener 40.000 habitantes.

En 1145, con la llegada de los almohades, que saquean la ciudad, se inicia un nuevo período. Lebla se rebela poco después contra estos invasores y, en 1154 Abu Zarcaya-Ben-Yumar, enviado por el emir almohade a pacificar Al-Garb, toma Lebla por asalto, pasa a cuchillo a todos los varones que la habían defendido y vende a las mujeres y niños como esclavos. Enterado el emir de su crueldad, lo manda llamar y encarcelar, y trata de repoblar y restaurar Lebla, restableciendo la dinastía de los Beni-Yahya. Con la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, el poder de los almohades decae. El último rey independiente de Lebla, Aben Mahfot, se proclama rey del Algarve y fija su residencia en Lebla haciéndola capital de su reino y acuñando monedas con su nombre.

En 1262 Niebla es tomada por el rey Alfonso X el Sabio. El asedio no es fácil ni para los sitiadores ni para los sitiados, ya que, por la importancia de las defensas de la ciudad, éste duró nueve meses y medio, teniendo que rendirse por hambre. En el asedio estuvo el mismo Rey en persona, que concede a Niebla fuero Real como a Sevilla, al ser la primera ciudad que conquista. La conquista de Niebla es también un hito histórico porque es la primera vez que se usa la pólvora en España, como está recogido en las crónicas de Alfonso X el Sabio.

Por algunos años, Niebla es Villa Realenga, hasta que Alfonso X el Sabio la dona con su territorio a su hija Doña Beatriz. Muerta ésta, Don Pedro I el Cruel da el territorio a su hijo D. Fernando y, a la muerte de Don Pedro, a manos de su hermano D. Enrique de Trastamara (Enrique II). Don Enrique, en recompensa por los servicios prestados por Juan Alonso Pérez de Guzmán, descendiente de Guzmán el Bueno, tercer señor de Sanlúcar, y como dote a su esposa doña Juana, sobrina del rey, les entrega la Villa de Niebla con sus tierras y aldeas (1369). En 1445, la casa condal de los Guzmanes se une a la ducal de Medina Sidonia en la persona de Juan de Guzmán, tercer conde de Niebla.

Tan sólo el IV conde de Niebla, Enrique de Guzmán, apodado “el Bueno” por su caridad con los hijos de Niebla, vive algún tiempo en la ciudad, ya que los Condes eligen como residencia Sanlúcar de Barrameda, lo que lleva a Niebla a perder protagonismo paulatinamente. A él se deben la construcción del crucero de la iglesia de Santa María y la de la torre del homenaje del Alcázar. En 1.508, reinando Fernando el Católico, Niebla es saqueada por las tropas del aférez Mercado, por negarse el gobernador Pedro Girón a entregar la ciudad sin autorización del Conde. Este saqueo marca el inicio de su definitivo ocaso histórico.

Carlos I hace donación de ella a Alonso Pérez de Guzmán, séptimo conde de Niebla. Durante el siglo XVII, las guerras con Portugal, las epidemias y la presión fiscal enrarecen la vida del Condado de Niebla. De este modo, en el siglo XVIII, la ciudad se encuentra en franca decadencia, a la que se unen las consecuencias del terremoto de Lisboa de 1755 que derrumba la mayor parte de la torre del homenaje de la fortaleza, la más alta y sólida de Andalucía, tras la Giralda de Sevilla, además de otros muchos desperfectos no registrados en las crónicas.

Posteriormente, entre 1810 y 1812, con la invasión napoleónica, el castillo sirve de alojamiento a las tropas del mariscal francés Soult, que lo abandona al general Lacy, después de volar parte de sus estructuras defensivas en su retirada, en agosto de 1812, lo que aumenta grandemente el deterioro del edificio. En 1833, Niebla se halla en una situación tan precaria que no está en condiciones de optar a ser capital de la nueva provincia que se iba a formar, frente a otros núcleos emergentes como Moguer, Ayamonte o Huelva. Tras ser una pujante ciudad durante la Antigüedad hasta la Edad Media, Niebla queda convertida en un sencillo núcleo rural hasta la actualidad; de este modo, en 1891, desaparecen las parroquias de San Miguel, San Lorenzo y Santiago, las casas municipales, el convento de los dominicos, y todas las antiguas casas solariegas debido a las expropiaciones de bienes de la Iglesia con motivos de las diferentes desamortizaciones que se produjeron a finales del siglo XIX.

Sin embargo, el 18 de octubre de 1921, por un real decreto de Alfonso XIII, Niebla recibe el título de Ciudad como reconocimiento a su importancia histórica. Ha sido declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1982 y sus edificios más emblemáticos, el Castillo de los Guzmán, las iglesias de San Martín y Nuestra Señora de la Granada, son, desde 1991, Monumentos de Interés Cultural. Así pues, la herencia histórica y la belleza paisajística han convertido a Niebla en un lugar de especialísimo interés turístico y cultural dentro de la provincia de Huelva, que no debe pasar por alto el viajero.

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